4 feb 2012

Hundida en lo más hondo del más profundo océano.
Las olas arrastran mi cuerpo hasta las rocas.
Se golpea, se desmorona, se desuella.
Un cuerpo sin vida y sin alma
que se desmiembra a cada golpe.
Se desmiembra.
Nadie encontrará todos los trozos para unirlos.
Nadie.
Harapos de telas ajadas llegan hasta la orilla,
manchan de sangre su eterna blancura,
su pureza.
Mientras las olas succionan cada seso,
cada pelo, cada uña, cada sueño.
Cada migaja de lo que un día fue un cuerpo.
Lo fue.
Absorben mi vida como si no hubiera mañana,
se la llevan, me la roban, y juegan con ella.
Se la rifan.
¿Quién quiere el páncreas? ¿Y quién el hígado?
Yo me quedo con este estúpido corazón,
seguro que sirve para algo,
para algo más que para lo que sirvió.
Y sirvió.
Pero ahora se deshace entre sales y algas marinas.
Marinas.
Entre corales y estrellas de mar.
Un pobre corazón oxidado,
que no sabe nadar.
 Inundado, encharcado, ahogado ya.



Tanto mal ha de haber hecho la pobre muchacha, para acabar así: destruida, hundida, desmoronada. Y su cuerpo disgregado, segmentado, definitivamente hecho trizas, desmigajado, y esparcido con esmero por el inmenso mar.

1 comentario:

  1. ¿Qué hago? ¿Copio y pego todo? Porque me ha encantado.. Lástima que sea verdad y triste a la vez.

    P.D. Me quedo con el páncreas.

    Ms. B.T.

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